Por: Xavier Carrasco.
El pasado 21 de abril, el mundo
católico fue sacudido por una noticia que marcó el fin de una era, la muerte
del Papa Francisco. Su partida dejó un vacío profundo en el corazón de millones
de fieles que vieron en él no solo a un pastor, sino a un líder moral en
tiempos de confusión global. Su legado, de fuerte impronta social y espiritual,
preparó el terreno para un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia.
Este jueves 8 de
mayo, el humo blanco sobre la Capilla Sixtina anunció al mundo que el Cónclave
había hablado. Habemus Papam. El elegido es el cardenal estadounidense, quien a
partir de ahora será conocido como León XIV. Su nombramiento marca el inicio de
una nueva etapa para el catolicismo, cargada de expectativas, desafíos y
esperanzas.
León XIV no es un
desconocido dentro de los círculos eclesiásticos. Desde enero de 2023, ejercía
como prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia
Comisión para América Latina, cargos clave que lo formaron para asumir hoy la
máxima responsabilidad espiritual de la Iglesia.
Pero en una época
de desigualdad, violencia, guerras y un individualismo feroz, cabe preguntarse:
¿cuál es realmente el papel del Papa? ¿Qué representa su figura en un siglo
donde la fe parece disolverse entre el ruido, la prisa y la indiferencia?
La respuesta surge
precisamente del caos contemporáneo. El Papa no solo encarna una función
religiosa, sino también un liderazgo moral, social y político. Es un faro ético
en medio de la tormenta. Cuando los poderosos se enredan en disputas de poder e
intereses, la voz papal recuerda que la política y la economía deben centrarse
en el ser humano. Cuando la violencia se normaliza, su palabra llama a la
reconciliación, al perdón y al respeto a la dignidad humana. Cuando la justicia
falla y el tejido social se desintegra, su presencia puede iniciar una
regeneración, tanto individual como colectiva.
Por eso, su papel
no puede ni debe tomarse a la ligera. Pensemos en las consecuencias si la silla
de Pedro fuera ocupada por alguien indiferente al dolor humano, complaciente
con las injusticias o distante del sufrimiento de los más vulnerables. En
muchos rincones del mundo, el Papa sigue siendo la última esperanza para
quienes ya no confían en las instituciones terrenales.
La elección del
nombre León XIV no es casual. Es una evocación poderosa. León XIII, quien
lideró la Iglesia entre 1878 y 1903, fue pionero del pensamiento social
católico moderno. Su encíclica Rerum Novarum (1891) sentó las bases para una
visión cristiana de los derechos laborales, denunciando tanto los excesos del
capitalismo como los peligros del socialismo estatal. Su enseñanza fue clara, la economía debe estar al servicio de la dignidad humana.
Tomar ese nombre es
una señal. León XIV parece asumir un compromiso con la justicia social, en
continuidad con el legado del Papa Francisco y de otros pastores que
entendieron que la fe no es una burbuja aislada del mundo, sino una herramienta
de transformación concreta.
Como dijo alguna vez el Papa Benedicto XVI: “El mundo necesita la bondad; necesita personas con corazón puro, con coraje humilde, que no sigan la corriente del mal sino que trabajen con pasión por el bien.” Que así sea con el nuevo Papa.
El autor: abogado de profesion, comentarista de radio y dirigente politico.
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